sábado, 24 de marzo de 2012

sobre el Gran Gatsby


Dice la leyenda que Perkins creía que era un defecto que a lo largo del libro no se supiera nada del pasado de Gatsby salvo las habladurías sobre él (“¡Dicen que mató un hombre! ¡Dicen que se hizo rico vendiendo armas! ¡Dicen que fue espía alemán! ¡Dicen que hizo un acueducto desde Canadá para contrabandear alcohol!”) y que convenció a Fitzgerald de que fuera dosificando información a lo largo del relato. Dice la leyenda que Fitzgerald, de una sentada, fue agregando pinceladas de cinco o diez líneas a lo largo del relato y mandó el libro de vuelta, mágicamente terminado. No es cierto: lo que hizo Fitzgerald fue romper y diseminar a lo largo del libro un monólogo excepcional de Trimalción, en el que Gatsby le cuenta a Nick su pasado, en una noche insomne, cuando todavía ignora que ya ha perdido a Daisy y que en pocas horas más perderá también la vida. El efecto de ese monólogo es monumental: puesto todo junto, en ese momento culminante, es infinitamente más poderoso que desperdigado en dosis homeopáticas, y aligeradas de lirismo, a lo largo del libro. Parece que dijera el doble, y de hecho lo hace, porque lo dice en el momento en que más ávidos estamos por saber y más abiertos estamos a que nos noqueen: el efecto es tan asombroso que terminé comparando línea por línea mis ediciones de Gatsby y de Trimalción y me asombró el doble cuando descubrí que eran casi las mismas palabras, sólo que dispersas se diluían.

fitz

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