sábado, 24 de marzo de 2012

sobre el Gran Gatsby


Dice la leyenda que Perkins creía que era un defecto que a lo largo del libro no se supiera nada del pasado de Gatsby salvo las habladurías sobre él (“¡Dicen que mató un hombre! ¡Dicen que se hizo rico vendiendo armas! ¡Dicen que fue espía alemán! ¡Dicen que hizo un acueducto desde Canadá para contrabandear alcohol!”) y que convenció a Fitzgerald de que fuera dosificando información a lo largo del relato. Dice la leyenda que Fitzgerald, de una sentada, fue agregando pinceladas de cinco o diez líneas a lo largo del relato y mandó el libro de vuelta, mágicamente terminado. No es cierto: lo que hizo Fitzgerald fue romper y diseminar a lo largo del libro un monólogo excepcional de Trimalción, en el que Gatsby le cuenta a Nick su pasado, en una noche insomne, cuando todavía ignora que ya ha perdido a Daisy y que en pocas horas más perderá también la vida. El efecto de ese monólogo es monumental: puesto todo junto, en ese momento culminante, es infinitamente más poderoso que desperdigado en dosis homeopáticas, y aligeradas de lirismo, a lo largo del libro. Parece que dijera el doble, y de hecho lo hace, porque lo dice en el momento en que más ávidos estamos por saber y más abiertos estamos a que nos noqueen: el efecto es tan asombroso que terminé comparando línea por línea mis ediciones de Gatsby y de Trimalción y me asombró el doble cuando descubrí que eran casi las mismas palabras, sólo que dispersas se diluían.

fitz






martes, 13 de marzo de 2012

MODO DE VIDA


Poco se sabe de él: que nació por casualidad en Munich en 1949, que ha tenido un pasado más o menos drogadicto y delictivo, que pasó por el Iowa Writer’s Workshop; que tuvo de maestro a –y fue bendecido por– Raymond Carver, que sus influencias incluyen a “Dr. Seuss, Dylan Thomas, Walt Whitman, los solos de guitarra de Eric Clapton y de Jimi Hendrix y T. S. Eliot”, que “otras influencias vienen y van, pero los nombres anteriores fueron los primeros y siguen siempre ahí y tienen algo para decir en cada línea que escribo” y que “no me gusta William Faulkner y siempre he pensado que Wallace Stevens escribe como la fotografía de una persona y no una persona, pero ambos han tenido su efecto en mí”; que lee poco en público; que no suele firmar ejemplares de sus libros; que le interesa el teatro como medio de expresión y vehículo para sus ideas; que ha colaborado en guiones de cine y letras de canciones; que vive con su familia –tercera esposa e hijos a los que educó en casa por no creer en los programas de colegios y afines– en una granja de Idaho apartada de la carretera principal, y que de tanto en tanto suele salir volando a reportar desde territorios peligrosos, tan peligrosos como los lugares en los que suelen transcurrir sus historias.

DenisJohnson

sábado, 10 de marzo de 2012

Iosip Brodsky - el amigo imaginario


Lo mandaron a Siberia, por supuesto, pero en términos soviéticos la sacó barata: apenas tres inviernos, y no en un campo sino en una granja colectiva. Después lo dejaron volver a Petersburgo hasta que terminaron cansándose de él y de los poemas que no le dejaban publicar y lo expulsaron de la URSS. El pelirrojo Brodsky bajó de un avión en Viena, sin pasaporte y sin una moneda. Las autoridades migratorias le preguntaron si conocía a alguien en el país. Brodsky sabía que Auden, el gran poeta inglés, su ídolo absoluto, tenía una casita en algún lugar de las montañas austríacas. Las autoridades migratorias lo contactaron y el viejo poeta aceptó encantado hacerse cargo del indeseado apátrida. No sólo se lo hizo traer y lo cobijó en su cabaña alpina: en setenta y dos horas vertiginosas, le consiguió papeles y un puesto en una universidad en Estados Unidos y después se lo llevó a Londres, donde lo presentó al mundo en un legendario festival de poesía.

Durante esas 72 horas, las únicas en que estuvo frente a frente con Auden, Brodsky sólo pudo escucharlo: su inglés (aprendido a solas en la URSS con un diccionario y una antología de poesía inglesa hecha jirones, donde había descubierto a su ídolo), a duras penas le daba para seguir la legendaria, prodigiosa verba de Auden, y menos que menos para decirle lo que había significado para él. Un año después, Auden estaba muerto. Brodsky se enteró por los diarios; no había vuelto a verlo ni a hablar con él. Ese mismo día empezó a escribir en inglés. Los poemas los siguió escribiendo en ruso, pero desde ese día empezó a escribir prosa en inglés. Cuando se animó a publicarla, resultó ser una verba prodigiosa: era su manera de hablar con Auden, de decirle todo lo que no le había podido decir en aquellas 72 horas entre las montañas de Austria y Londres. El mismo lo confesó, cuando le dieron el Nobel. Primero citó unas palabras de su maestro (“Todo escritor tiene un amigo imaginario”). Después dijo: “Soy un poeta judío, mi lengua es la rusa, sólo escribo en inglés para encontrarme con él, para hacer lo único que se puede hacer por un hombre mejor: seguir la conversación. En eso consisten, creo yo, las civilizaciones”.

AdrianaBrodskyUncle




History repeats itself A.O.S.

Argentina: peronismo y economía del '50

Edward Sharpe and the Magnetic Zeros on Letterman